
Posee el don de la comunicación verbal, por lo que también domina el engaño. Se ocupa de las relaciones públicas entre las bestias y algunos humanos. Su apariencia es amable y chistosa. Recurre a menudo a la broma y a la ironía para quitar importancia a los asuntos de gravedad y conseguir así sus oscuros fines. Impugna la palabra bestia cuando se la adjudican. Trata de caminar erguido como un humano. Escupe un veneno de color ocre oscuro que marchita las plantas. Aunque ese líquido se halla en el engranaje de las otras bestias, solo la garza-conejo lo utiliza para destruir. Teme al ciervo-medusa, su único depredador, el cual es capaz de convertir el metal en piedra. Alquimista y coleccionista de chatarra, mezcla los fluidos con el metal y prepara brebajes para corromper los ríos. Busca paraísos naturales y los reduce a cenizas cuando los encuentra.
Esta bestia es muda. Se comunica con los árboles a través del sonido que producen sus desgastados muelles, los cuales poseen ciertas propiedades telepáticas. Solitario, un verdadero desconocido para las otras bestias. En raras ocasiones se deja ver o escuchar. Solo en las noches de luna llena se oye el chirriante y siniestro canto de su cuerpo. Celebra entonces el nacimiento y la muerte. La luz de la luna alumbra el misterio oculto de los bosques. El gallo-murciélago habita en las zonas más antiguas y desgastadas del bosque, cerca de árboles moribundos, de los que se ilustra. Aprende de la sabiduría de los primordiales. Los árboles le hablan en un idioma que nadie entiende. Le dicen cosas imposibles de transmitir con símbolos o palabras.
La parte de bestia marina anhela el mar. Siente que su instinto de cazador ha sido mutilado. Con el tiempo, se ha vuelto delicado y narcisista. Ha llegado a odiar su aparatoso cuerpo de lata. Para tranquilizarse, devora los brotes tiernos de ciertas flores, y también, frutas verdes. Tiempo atrás, decidió alejarse de la corrosión de la sal del mar. Se esforzó en tener un futuro seco y palpable, en tierra firme. Lo salvaje, se domesticó. Su fiera expresión se volvió calma tediosa. Ahora le cuesta recordar cómo se respira bajo el agua. En el bosque se entretiene con el canto de los pájaros, y mientras escucha sus consejos, se queda dormido. Cuando duerme, no sueña. En los días que consigue soñar, bucea vertiginosamente por mares desconocidos, de norte a sur, donde acecha a peces de diversos colores y formas. Siempre que despierta, siente una punzada angustiosa en su metálica aleta dorsal.